En múltiples ocasiones cuando hablamos de la riqueza de paisajes que posee el entorno de esta localidad, nuestra mente se traslada a lo alto de la Sierra del Yugo, a la panorámica de Las Bardenas, a los sotos de la ribera del Ebro, a la peña con sus cuevas o los arrozales en verano. Pero hay otro paisaje que nos es propio, y al que nos acerca esta exposición: el de las diferentes ganaderías bravas que nos permiten contemplar la belleza del Toro Bravo en su verdadera naturaleza, en su día a día con un elenco de comportamientos que van mucho más allá de la envestida y defensa en un encierro o una plaza, fruto del temor.
Calma Brava, nos permite admirar a este animal que como pocos nos atrae tanto como nos impone. Su porte, su mirada, su fuerza, su paso lento en el discurrir de los días buscando comida, sombra y agua. Y lo hacemos principalmente, de la mano y mirada de uno de nuestros pintores más queridos, Antonio Loperena, quien aprehendió la forma y naturaleza de este animal como nadie. Lo observó en su medio natural, y lo convirtió en motivo de su pintura en infinidad de lienzos. Antonio pintaba los toros de memoria, de tantos como había dibujado ya.
Aquí tan solo tenemos una pequeña representación de su trabajo, junto al de otros pintores que también se han quedado atrapados en el encanto semisalvaje y atávico del Toro de Lidia, como son Ismael Loperena, F.Giralda, J.M. Berrozpe, Paqui Z. y Carlota Galarreta quien siempre manifestó su atracción por él.
Con pincelada suelta y enérgica, Antonio Loperena realiza un exhaustivo estudio del Toro y sus comportamientos, no exento de humor. Algunos de los personajes de sus cuadros se encuentran en serios apuros por la sorpresa de encontrarse de bruces con uno de estos magníficos ejemplares , y raudos buscan la seguridad de una charca o las ramas de los árboles para refugiarse. Muchas eran las historias que él conocía al respecto, y algunas seguro que protagonizó en sus incursiones cercanas a la manada.
En otros casos observamos el digno porte del animal en solitario, posiblemente del mandón de la manada, que planta cara al espectador o al jinete que intenta guiarlo. Así como imponentes son los cuadros que muestran la absoluta potencia de estos animales en plena carrera o pelea por el bastión de mando, conviviendo con otros momentos en los que el agua amansa a las fieras cuando buscan calmar su sed. Cae la noche, y con su oscuridad funde la piel de toro con la piel de la tierra que les da cobijo y a la que pertenecen. La manada duerme tranquila, en calma, sin amenaza alguna.
Sol Aragón
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